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SUICIDIO ANUNCIADO DE UNA PINTURA CAÓTICA. 2014


Se define por una ambigüedad constante. Un juego de contrarios enfrentados - lo ingenuo y lo perverso, lo real y lo ficticio, un balance entre lo figurativo de los personajes y lo abstracto de las composiciones – Para ello, opta por un estilo colorista, luminoso y naif que, formalmente cercano a ciertas tendencias del “hazlo tú mismo”, apuesta por una narrativa claustrofóbica y sórdida en base a un juego de relaciones múltiples capaz de reflejar el presente desde nociones como la saturación, la ironía y por encima de todo, el absurdo. De este modo, la instalación, así como las imágenes y animaciones están repletas de seres extraños, mutantes, grotescos con el simple objetivo de concebir nuevos relatos alejados de cualquier normativa o significación establecida. Las imágenes de la propuesta son particularmente importantes para su síntesis formal y su precisión en el uso de sus influencias bajo un estilo frenéticamente apresurado, algo perceptible en los pequeños detalles que afloran en la superficie de color, algunos constituyen meditaciones vagas. Colores que no están utilizados por su credibilidad representativa, sino por su potencia expresiva, un espació ficticio que se configura en los términos de la instalación (como un mundo real construido en cartón papel y tela) que otorga a su narrativa una veracidad artificial y asfixiante desde lo reconocido y lo cotidiano. Busca el contraste uniendo, principalmente telas de colores y compensándolas a la vez con texturas probablemente capturadas de fanzines y cómix. No existe visión alguna que no sea de colores. Lo que el espectador experimenta además de dirigirse a las imágenes, es que centra también su atención en los espacios construidos. Se distinguen entonces manchas, luces y sombras. Juega con el instrumental de texturas a su sentido más puro como "artificio". El proyecto suicidio anunciado de una pintura caótica apuesta por desdibujar la instrumentalización de la propuesta artística; es decir, opta por un comentario a la llamada “muerte de la pintura”. No es el regreso del hijo pródigo, pues para incluirse a los lineamientos ideológicos del establishment crítico-curatorial, la nueva pintura se ha refugiado en el postulado de negarse a sí misma, de auto-sabotearse con cuanta dosis de ironía y cinismo tenga cabida. Por lo mismo no deberá sorprendernos el que mucha de la pintura que es ideológicamente aceptable termina siendo una especie de pintura/publicidad, quizás actúa como publicidad de movimientos a priori (ya sea en términos que las vanguardias artísticas definieron o en concepciones románticas y clásicas) Y para ello, insiste en las reglas del juego donde el espectador actúa como cómplice.























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