En cierta oportunidad escuché, por parte de un estudioso de los comportamientos humanos, a modo de chiste, que yo era descendiente directo del monstruo come galletas de Plaza Sésamo, porque en algún momento de la vida escolar permanecía comiendo mientras asistía a una sesión de matemáticas. Este suceso es quizás la columna vertebral de la obra. Soy como todos los que crecimos en los ochenta, descendiente de las intrépidas aventuras de los pitufos o tal vez sufrí el dolor de Tom cuando Jerry le propinaba golpes. O que me dicen del deseo de salvar el mundo tal como se lo proponía Superman: es una época en donde el pato Donald se convertía en mi maestro.
La pertinencia local como global de sus referencias iconografías. Su poder de conmoción; combina ternura y patetismo”. Michelle Faguet- Juan Mejia XII Salón Nacional de artistas Jóvenes
El hijo de plaza sésamo De lejos parecen fotos puestas sobre la pared. Es más, tienen un tamaño similar a las que sacan en los laboratorios fotográficos. Pero cuando se llega a la pared, el concepto es otro: las fotos se convierten en cómic. Su trabajo se refiere a su influencia: los lenguajes narrativos del cine y la cultura masiva de lo popular, especialmente. Podría decir que soy el hijo de Plaza Sésamo. Eso me lo dijo un profesor que me “pilló” comiendo en clase ¿Y qué más podría ser si crecí viendo al monstruo come galletas enseñándome el abecedario?”De ahí su influencia de los cartoons que refleja en sus pinturas en pequeño formato con un tratamiento que define como foto realista, “buscando un punto de encuentro entre mi formación y toda la cultura popular del comic y los dibujos animados”. Para hacer su trabajo, tomó los álbumes familiares, trató de reproducir las fotografías y creó la ilusión, mezclando ficción con realidad; “pero también dándole una connotación de desilusión para quien la viera, porque cuando alguien se acerca, se encuentra con algo que no es lo que piensa”. Sin embargo, el día de la apertura de la exposición se dio cuenta de que creó muchas nostalgias. Un visitante le dijo que también había estudiado en el León XIII porque vio en una de las obras un pedazo de ese lugar, y allí hubo identidad. Otros se sintieron cercanos con las referencias a sitios de vacaciones. Todos, sin recepción, le reconocen que su trabajo, como no era fotográfico, les gustaba más. Bien por Plaza Sésamo.
Artículo publicado en el periódico el tiempo/2004
En el salón de la justicia… Andrés Bustamante decide provocar una mirada intimista que evoca lo personal, lo familiar: las fotos de álbum que no son fotos cuando se les da una segunda mirada. Son pequeños óleos sobre madera que copian la foto e incluyen un intruso: mi primer cumpleaños con el pato Donald, que sopla las velas. La familia en la sala con Robotina (de Los Supersónicos), que camina por detrás del sofá. Los personajes de las tiras cómicas hacen parte de la vida cotidiana de los niños, de la familia y así se vuelven héroes del imaginario colectivo. Para el jurado esta obra tiene “una mezcla de ternura por las imágenes familiares y un elemento raro cuando uno se acerca y ve los personajes de las tiras cómicas. Además la técnica de la pintura es muy buena”. Este planteamiento es de un caricaturista que no sólo vive en un medio de los dibujos, sino que observa de qué manera su generación está invadida de la estética y los contenidos extranjeros: los superhéroes norteamericanos, el manga, el estilo francés e italiano. Bustamante critica el exceso de íconos extranjeros y describe la simbología de su generación. Imágenes de todos los días, recuerdos de infancia de los que cualquiera tiene, y dentro de éstos, íconos de la clase media colombiana. Un lenguaje de ciudad, pero no de una vida urbana y lejana, sino de esa que nos identifica y nos obliga a evocar la propia memoria. Esta tendencia a hablar de lo cotidiano hace parte de los movimientos del arte contemporáneo. “Es algo que pasó hace algún tiempo en el mundo, y está bien que suceda en Colombia. Aunque no es novedoso, es oportuno”, explica Michelle Fauget, crítica de arte
.Sara Araújo CastroExtraído del periódico El Espectador/2005